LA GUERRA COLOMBIANA DESDE LA VISIÓN FEMINISTA
Las violaciones de derechos humanos no afectaron del mismo modo a mujeres y hombres. El conflicto genera para las mujeres riesgos específicos basados en el género. Entre ellos, la violencia sexual ejercida por la fuerza pública, paramilitares y guerrilla; la problemática de las desplazadas que pone de relevancia la estrategia de usurpación de tierras que subyace al desplazamiento forzado de la población; y los ataques a las mujeres líderes y defensoras de derechos humanos y a sus organizaciones que son amenazadas, silenciadas o forzadas al exilio.
Las mujeres se vieron afectadas por el desplazamiento forzado en mayor medida (41%) que los hombres (22%) y fueron víctimas de tortura sexual en una proporción más de diez veces superior (13%) que los hombres (1%). Sufrieron más desapariciones forzadas (16% vs. 7%) y cinco veces más detenciones arbitrarias (5% vs. 1%). Entre los hombres en cambio se dieron más casos de ejecuciones individuales (57%) que entre las mujeres (28%).
Una investigación de Casa Mujer en el marco de la campaña Violaciones y otras violencias: saquen mi cuerpo de la guerra, afirma que entre 2001 y 2009, 489.687 mujeres fueron víctimas directas de violencia sexual en Colombia –una media de seis cada hora–, de las que un 19% habían sido violadas. Entre sus páginas quedan detalladas múltiples formas de violencia que las mujeres, por ser mujeres, sufren especialmente en el marco del conflicto. Prostitución, embarazo, aborto, esterilizaciones forzadas, acoso sexual. Aquellas que pertenecen a los sectores más pobres son víctimas de violencia sexual con mucha más frecuencia. Solo el 18% de las víctimas denuncia el hecho y el 47% de las que no lo denuncian es por miedo a represalias. Sufren una discriminación por razón de género omnipresente: en sus hogares, en los centros de trabajo y en las mismas guerrillas. Según el XII informe sobre violencia sociopolítica contra mujeres en Colombia, los presuntos agresores de las víctimas son, en la mayor cantidad de casos, militares o policías.
Las mujeres colombianas, en esta lucha permanente por reivindicar su condición de víctimas del conflicto, se han convertido en interlocutoras, en gestoras de cambios sociales y políticos y han explorado otras formas de participar y organizarse colectivamente. Lo han hecho a pesar de la presión, el desplazamiento, la intimidación, la violencia física y sexual, la desaparición forzada —de sus hijos, de sus padres, de sus parejas—, e incluso a pesar de poner en peligro su vida.
Su actuación por la negociación política, la construcción de la paz y la reconstrucción del tejido social en Colombia se ha fundamentado en la exigencia de la protección y garantía de los Derechos Humanos, así como en la igualdad jurídica, política, social y económica de mujeres y hombres. Desde su aparición en la escena política, los medios de comunicación y el Gobierno han subvalorado sus acciones de resistencia civil, por ello sus denuncias han tenido menos eco en el país que en el exterior, a pesar del incremento sustancial de su activismo y de visibilizar sus acciones con la trasgresión de los estereotipos de género, con su ocupación del espacio público. En sus repertorios de acción refuerzan la feminidad, como un elemento asociado a la reproducción de la vida, pero también resignifican el papel de la maternidad.
En consecuencia, hoy se puede constatar que, a pesar de la difícil situación política colombiana, de la debilidad de la sociedad civil para exigir sus derechos y la inoperancia del estado para protegerlos, las múltiples formas de resistencia civil de las mujeres muestran posibilidades alternativas de acción.
En las grandes urbes, en las ciudades intermedias, en los pequeños poblados rurales, en los territorios indígenas y en los afrocolombianos, las mujeres despliegan estrategias para reconstruir el tejido social cada vez más amenazado. Sus voces se escuchan en los escenarios y plazas públicas: en dialectos indígenas y sollozos, en aireadas denuncias y clamores, en cánticos y manifiestos o en el fluido lenguaje simbólico de los colores, las formas y los instrumentos cotidianos elaborados por colombianas y extranjeras que se suman al movimiento de mujeres en contra de la guerra en Colombia y que se puede catalogar:
La resistencia civil de las mujeres, contraria a la de guerrilleras y paramilitares, asume principios de vida, reclama sus derechos al Estado y participa en proyectos de construcción de justicia y vida. En sus manifiestos se declaran pacifistas, antimilitaristas y constructoras de una ética de la No violencia “en la que la justicia, la paz, la equidad, la autonomía, la libertad, y el reconocimiento de la otredad sean principios fundamentales” Dentro de esta confluencia forman parte más de 315 organizaciones coordinadas en 8 regionales (Putumayo, Antioquia, Cauca, Cundinamarca, Chocó, Risaralda, Santander y Valle del Cauca). La segunda gran alianza fue impulsada por las trabajadoras de la Escuela Nacional Sindical para ampliar la participación política de las mujeres y propiciar la apropiación de los instrumentos políticos de incidencia en los procesos de paz.
Su primer encuentro, la conferencia: la Paz en Colombia vista por las Mujeres, se realizó en Estocolmo, Suecia, con apoyo del Estado y el Sindicato Sueco de Trabajadores del Estado. De este proceso surge la Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz, IMP una confluencia de organizaciones y sectores comprometida con la concertación de la Agenda de las mujeres para la negociación del conflicto colombiano
Estas dos grandes redes han reunido una gama amplia de liderazgos y adscripciones, que antes era imposible concebir. En las trayectorias de participación y ejercicio político se encuentran viejas militancias, pero también recorridos recientes. Mientras algunas apenas inician su activismo en las asociaciones de víctimas, otras tienen una largo historial participativo que va desde su vinculación en grupos estudiantiles hasta en los movimientos sociales como el feminista, el obrero y el armado. La agrupación que aquí se realiza atiende a las afiliaciones por las que aceptaron participar.
- El primer grupo lo integran las viejas y nuevas militantes feministas, unas moderadas y otras radicales, son líderes con una amplia trayectoria de participación social y política dedicada al trabajo con mujeres, ya sea como funcionarias del Estado o de Organismos Internacionales o desde ONG y fundaciones. Son reconocidas por defender un discurso feminista pacifista que se opone a la violencia y a sus protagonistas.
- En el segundo grupo se adscriben las trabajadoras afiliadas a sindicatos y centrales obreras, unas activistas con amplia experiencia y tradición reivindicativa de derechos gremiales, que a pesar de contar con ese acumulado político, no se vinculaban a la defensa de los derechos de las mujeres hasta su encuentro con las feministas.
- El tercer grupo lo constituyen las mujeres de las organizaciones populares, quienes en los últimos años se han retraído de los movimientos sociales y hoy aseguran tener independencia frente a la Iglesia y a los partidos de izquierda y derecha con quienes trabajaron en programas sociales. Se caracterizan por la reivindicación de derechos de primera generación y por la ejecución de proyectos autogestionados o financiados con recursos de cooperación nacional e internacional.
- – El cuarto grupo lo constituyen las víctimas de la violencia, allí confluyen las mujeres que se organizan para denunciar las violaciones a los Derechos Humanos y al DIH. Se destacan las desplazadas, las familiares de los secuestrados y desaparecidos y las campesinas y líderes de barrios marginales.
- En quinto grupo se ubican las independientes. No están adscritas a ningún movimiento social, a pesar de su afinidad étnica, su posición de clase, su filiación política o, incluso, su preferencia sexual. La mayoría son profesionales que trabajan en ONG, instituciones del Estado y Organismos Internacionales en el fortalecimiento de procesos de organización, participación comunitaria y defensa de los derechos fundamentales.
- En el último grupo se integran a las indígenas y afrodescendientes incorporadas de manera reciente a las luchas de las mujeres. Ellas apoyan el movimiento de mujeres, pero lo hacen con restricciones, porque en la mayoría de los casos su identificación étnica es más fuerte que la identificación de género, Además sus luchas sigue teniendo preponderancia la defensa de la autonomía, la libertad y el reconocimiento cultural de sus pueblos. Por eso su capacidad organizativa, su identificación étnica, el arraigo territorial, son elementos que refuerzan sus compromisos sociales para lograr la convivencia pacífica. No obstante, estas reservas que han impuesto a su participación, la experiencia de indígenas y negras en las organizaciones y alianzas de mujeres, ha sido muy importante para avanzar en la construcción de una cultura de paz.
En los últimos años, alcaldesas, gobernadoras, jueces, ministras, defensoras de Derechos Humanos, sindicalistas, entre otras activistas se enfrentan a los elevados costos de alcanzar el estatus de mujeres públicas en Colombia, defensoras de la Paz. A pesar de estar expuestas a múltiples amenazas, se niegan a utilizar el esquema de seguridad estatal porque creen que es inconsecuente defender un planteamiento antibelicista y aceptar la protección armada. Esa constante amenaza ha propiciado la generación de distintas estrategias de protección, despliegan llamados a la comunidad internacional, a las agencias de la Organización de Naciones Unidas, a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Estas mujeres y sus relatos evidencian la renuncia personal por privilegiar el activismo político, aunque se sienten incómodas al ejercer un liderazgo bajo presiones armadas, el discurso por la paz se asume como una postura política que se concreta en un espacio de intercambio, que nutre el desarrollo de una conciencia colectiva y genera un sentido de pertenencia favorable para la creación de una identidad específica.
Sus manifestaciones y sus disertaciones públicas y privadas contienen un enorme potencial de crítica y evidencian cambios culturales. Ellas cuestionan la forma en que la sociedad concibe lo femenino y lo masculino, las normas de convivencia entre los sexos y los mecanismos de construcción de subjetividades y abren el mundo privado al escrutinio público.
Estas activistas por la paz se reconocen como sujeto colectivo y construyen un nuevo modelo de feminidad, que asume riesgos por voluntad propia, ya no representan esa idea tradicional de mujer que orienta sus acciones, se sacrifica y posterga sus intereses a favor de otros. Ahora defienden sus derechos y plantean la construcción de una sociedad en la que se asumen como sujetos políticos. Si bien esta mujer no puede definirse con precisión sociológica, sus contornos esbozan una mujer autónoma, participativa y transgresora, es decir, empoderada.
Colombia vive una larga guerra en muchos frentes, en la que las mujeres son las principales sobrevivientes de un conflicto que por cotidiano aparece con demasiada frecuencia como invisible.
Las Comunidades de Paz como espacios feministas
Existe un factor común a campesinos, indígenas y descendientes afrocolombianos, que es el de la exclusión, si a esto le sumamos el vínculo existente entre el patriarcado y los diversos tipos de violencia, nos encontramos con que al trabajar las variables género, etnia y multiculturalidad se ponen de manifiesto problemas de tipo estructural que no tocan sólo el factor de la explotación social, sino también la subordinación, los de desarrollo local y regional, así como los de participación, representación y organización.
Todos estos factores son los que anteriormente hemos visto que constituyen motivos para el reclamo y el surgimiento de estrategias de resistencia no violenta que se expresan como iniciativas ciudadanas y que inciden en los procesos de democracia, las Comunidades de Paz. Por otro lado, nos encontramos con el concepto de no-violencia, que a pesar que es asociado con personajes como Mahatma Gandhi, Martin Luther King, Thoreau y en menor grado con mujeres; la historia y las experiencias personales nos dicen que son las mujeres el grupo social que más experiencia tiene en este tipo de pautas relacionales. El concepto de no-violencia, en su modo de aplicación en las Comunidades de Paz al igual que en el movimiento feminista, hace referencia a una herramienta para la búsqueda de cambio social y por ende político, es decir se trata de una construcción cultural, con dimensiones teórico-prácticas.
Además las Comunidades tienen una doble característica: son integrales e integradoras. Es decir han logrado crear comunidad y fortalecerse desde actividades no exclusivas, al combinar acciones del ámbito productivo y del ámbito de la participación. Esa es su principal fortaleza pues aporta a las acciones prácticas de la supervivencia, pero generando a través de las acciones prácticas una naturaleza de reclamo soberanía, de afianzamiento de la identidad y de equidad. Siendo sobre esa base sobre la que se apoya su resistencia.
Con su existencia y trabajo, estas iniciativas están transformando sus contextos y brindando mejores espacios de convivencia y desarrollo, al tiempo que modifican las percepciones y los roles de género dentro de las Comunidades. Con su accionar las iniciativas han abierto espacios nuevos para las mujeres, que han logrado ganar reconocimiento y empoderen como gestoras de cambios sociales y tejedoras de resistencia no violenta. Propiciando que las Comunidades de Paz se conviertan en espacios de igualdad de género.
Las formas colectivas de organización han sido muy importante en las comunidades rurales por un lado para impulsar proyectos de infraestructura veredal cuyo resultado ha sido el mejoramiento del equipamiento social comunitaria y la calidad de vida de los hogares. Muchas escuelas y centros de salud comunitarios han sido resultado de este proceso, en el cual las mujeres han tenido alta participación. Pero también para general actividades de integración y de desarrollo de la identidad colectiva, que favorecen el cuidado de la vida, el respeto por el medio y el desarrollo del bien común.
– Mesa de apoyo a la defensa de los Derechos Humanos de las mujeres y la paz en Colombia http://mesadeapoyo.com/manifiesto/
– ISSN 1908 – 3489 – PIB Colombia #23 de la Revista Cultura y Conflico “Tierra”